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Artíclo

Miedo: En la piel del paciente

La entrada de hoy no trata sobre  formas de trabajo, técnicas o conceptos teóricos, sino sobre una reflexión personal durante las vacaciones. 

Este verano, junto con unos amigos decidimos realizar el descenso de un barranco por el Valle de Benasque. Como ninguno de nosotros habíamos practicado antes ese tipo de deportes, buscamos por la zona una empresa especializada en la organización de este tipo de rutas; nos facilitaron el equipo necesario y, lo más importante, un guía titulado. Antes de empezar, el guía nos hizo realizar prácticas en un terreno inclinado, nos enseñó a colocarnos la cuerda, a soltarla, a descender rapelando y nos dio unas pequeñas nociones de seguridad.

Los primeros “problemas” surgieron al comienzo del barranco, un riachuelo en el que nuestros pasos se acompañaban de pequeños resbalones, caídas, etc… nada grave que no se solucionara entre risas o alguna mano amiga que ayudase a levantarse. El “verdadero problema” surgió cuando nos encontramos con el primer rapel; según el guía "era muy fácil y sencillo", pero para mí, esa forma creada por la naturaleza parecía realmente difícil de descender; sus irregularidades me impedían apoyar de forma segura el pie, los huecos me impedían realizar apoyos con el cuerpo, el agua me impedía ver con claridad…

Con mucha concentración, intentando mantener la calma, yendo muy lenta, pero con bastante tensión que definiría como miedo, conseguí ir descendiendo los rápeles que nos fuimos encontrando a lo largo del recorrido y siempre escuchando las instrucciones del guía. En cada uno de los saltos de agua que nos encontramos, me venían a la mente momentos de mi día a día como fisioterapeuta; frases como “tranquila no pasa nada, yo te estoy asegurando”, “no hay mucha altura, ¿te atreves a hacerlo?”, “es muy fácil”, etc... Frases que, aunque en otro contexto, son las que solemos decir a nuestros pacientes para intentar transmitirles calma cuando muestran inseguridad ante alguna actividad.

Esta vivencia en primera persona me hizo reflexionar sobre varios aspectos:

  1. Las palabras tranquilizadoras que utilizamos normalmente con muchos pacientes, ¿son realmente útiles para darles seguridad? En mi caso no lo fueron... La seguridad surge de dentro, de uno mismo cuando uno "percibe" el entorno seguro y "se percibe" a sí mismo como capaz.
  2. La aparición de inseguridad, tensión, angustia, etc.. durante el transcurso de una actividad motriz repercute, dificulta enormemente e incluso impide, tener confianza en nuestras competencias motrices, y por ello, utilizarlas correctamente.
  3. A medida que avanzábamos en el cañón, la seguridad en mí misma a la hora de descender los rápeles aumentó, pero siempre que el guía estuviera supervisándome, asegurándome con su cuerda y dándome las instrucciones necesarias a medida que descendía cada rappel. Pero, ¿y si a mitad de recorrido el guía me hubiese dejado sola?; o ¿y si al día siguiente hubiese realizado el mismo barranco pero sin guía? Lógicamente no. 

El miedo que en muchas ocasiones describen los pacientes cuando vuelven a intentar realizar cualquier actividad de reeducación (como pasar de sedestación a supinación, realizar marcha extradomiciliaria, subir y bajar escaleras, etc...) aparece incluso cuando son acompañados por el terapeuta, y es explicable y comprensible. 
Pero, ¿en realidad "sabemos" lo que sienten?, ¿sabemos lo que es sentir miedo en nuestras propias competencias motrices? En nuestro día a día no nos solemos encontrar con miedo para realizar una actividad cotidiana. Yo os he hablado de una experiencia puntual que viví durante el verano, pero ¿vivir el miedo y la inseguridad como forma cotidiana?

Publicado por Pilar Casales

Fisioterapeuta INEAVA especializada en neurorehabilitación infantil y adultos.

mail de contacto:pilarcasales@ineava.es